La primera vez que toqué una bola de golf, me pareció
rígida y fría... . No recuerdo como se “llamaba”(marca); poco a poco, me iría
enterando, que dependiendo del nombre que lleven – cada una con sus características
esenciales -, los precios oscilarían, a veces “muchito”, hacia arriba o abajo.
Menciono el precio
de las bolas, porque los novatos, “consumen” bolas como bombones en
un bautizo. Nunca entenderé la obsesión, de las dichosas pelotitas, por bañarse
en estanques y lagos, que “adornan” los campos de golf. Las hay saltarinas,
con especial atracción por las copas de los árboles, o el interior de los
manojos de zarzas, que crecen en las inmediaciones del campo.
Las bolas de golf a los pies del novato, sobre la
alfombrilla del campo de practicas, se comportan como auténticas traidoras.
Desempeñan solo una función: desviarse de la trayectoria, que el bisoño jugador,
agarrado con todas sus fuerzas al hierro 5 o 7, - como si se lo fuesen a robar -, la ha lanzado.
Las primeras
semanas sobre esa alfombrilla verde - en la galería de
entrenamientos - pueden ser
absolutamente desalentadoras. El profesor
pendiente de lo que hace el inexperto jugador, explica millones de veces, cómo ha de colocar los pies, sujetar los hierros, o como se comportan las bolas,
dependiendo del lugar dónde las golpeas; en fin, las instrucciones
necesarias,
para que la introducción a la practica del golf, sea lo menos dolorosa
posible.
Aunque, el
profesor, repita como un mantra: ”No te aferres al hierro”, el jugador en ciernes, suele
musitar entre dientes:”no estoy aferrado”. Sin embargo, los nudillos de su mano derecha están de color blanco de tanto apretar el grip. Y, los de
la mano izquierda, porque no se ven bajo el guante;pero, seguro, que están del mismo color.