LA CESTA LLENA DE
BOLAS
¿DE DÓNDE VIENEN?
¿A DÓNDE VAN?
Un día dorado de
otoño, el novat@ decidió disfrutar del paisaje “fuera de límites“ del Club de
Golf Bonmont. Empezó caminando
por los terrenos limítrofes a la urbanización del campo. Rodeó la piscina, y
empezó a caminar por una vereda, que le llevó a un montículo, desde el que se
divisaba prácticamente todo el campo.
Club de Golf Bonmont |
Al levantar un pie
pisó en algo escurridizo. Se agachó y escarbando entre los hierbajos, encontró
una bola de golf de las calificadas de “caras”. La cogió pensando, que por
una vez iba a tener una bola, sin que el costasde dinero. Eran sus primeros tiempos
de alumno de golf, cuando consumía los cubos de bolas, en menos de un abrir y cerrar de ojos;
pero, sin que llegaran en línea ni a cincuenta metros. La primera bandera,
siempre parecía que tenía pies y retrocedía, cuando él lanzaba la bola, al
doble de velocidad que ésta era impulsada, por el hierro cinco, que el novat@
tenía en las manos; que, además era, el que más le obedecía. Porque con el
siete ni con el driver 1, en aquellos tiempos era capaz que levantase una
cuarta del suelo; como mucho la bola imitaba en su trayectoria a Correcaminos.
Con la bola
”carísima” encontrada, el novat@ siguió tomando el sol. Y, su sorpresa fue, que
unos metros más adelante había un sembrado de bolas, caras, baratas y de
“practicas” del Club, como esperando que los pájaros las llevaran a incubar a
los nidos. Aquel día el novat@ ignoró las del “practicas”, pero se llenó los
bolsillos con las “sin” dueñ@. Su sorpresa fue mayúscula, cuando al regreso del
paseo comentó el hallazgo con una de las chicas de la tienda del club. Y, la
respuesta de la dependienta fue lapidaria: ”est@s que vienen a jugar aquí son
tan ricos, que no dejan el juego, por buscar una bola fuera de límites”.
La frase quedó en
el subconsciente del novat@. Tiempo después fue a un campo que estaba en
construcción; solo tenía nueve hoyos, en espera, que los socios fundadores
tuvieran dinero para, los otros nueve. La mayoría de ellos eran constructores
de apartamentos en la cercana costa del Mediterráneo. El novat@ recordando
cuando encontró la siembra de bolas en Bonmont pensó que sería curioso
comprobar, si los constructores se agachaban o no, por una bola. Y, en verdad,
había bolas por doquier, pero
menos, que en el anterior campo.
La curiosidad del
novat@, si se trata de investigar y analizar puede llegar a ser un arduo “trabajo”, siguió yendo a ese campo durante
varios meses, para con la estadística en la mano, comprobar ¿quién se agacha
más por una bola, si los compatriotas del sr. Lavanchy empresarios de fuste
internacionales, o los constructores y
encofradores españoles de las infinitas urbanizaciones de apartamentos, que
infectan las costas españolas. Se agachaban más, los constructores.
Emperrado estuvo
el novat@ casi un año, yendo de campo en campo, durante meses y meses. Y, lo que encontró fue: en aquellos,
que se podían considerar “públicos”, había muy pocas bolas “perdidas”.
Pero, pocas, pocas. Pocas, poquísimas.
En otros
clubs, de socios (amigos de toda la vida), como el novat@ llama a aquellos, que
tienen su origen en que un grupo de amigos, se unen, ponen pelas – las que
hagan falta -, se contrata un golfista, que lo diseñe, y el equipo pertinente,
y se construye el campo para jugar sin que nadie desconocido moleste. Uno con
este origen es “Club de Golf Reus
Aigüesverds" en el municipio de Reus. Pues, gracias a las bolas perdidas en
este club un marroquí,
ha mantenido a su señora y
sus cuatro hijos vendiendo las bolas que, cada madrugada ha encontrado en los
alrededores de estos greens. Cada día a las ocho de la mañana, allí
estaba “Mojamé” sentado en
las estribaciones del parking de la entrada al campo con su cesta de bolas,
lavadas y secadas; brillantes como nuevas.
Club de Golf Reus Aigüesverds |
El negocio se
hacia así:
- ¡Mojamé! ¿qué
tienes hoy?
- ¿Cómo las
quieres? ¿marca buena o marca mala?
A partir de
aquí, se podía pedir lo que uno quisiera. Y, si las tenía, las daba de cinco en
cinco, por la voluntad.
La verdad,
es que los clientes de Mohamed, sabían que tenía cinco bocas a sus
espaldas, y eran absolutamente generosos. También hay que decir, en honor a los
socios de este club, que aquí practicaban el slogan que los había hecho
famosos: “Reus, París, Londres”. Esta era la ruta (desde los romanos hasta que
llegó el tripartito) de los vinos, las almendras y las avellanas producidas en
tierras reusenses, que junto con empresas familiares, han abastecido al mundo
de infinitos productos. El emporio empresarial de la burguesía de Reus, les ha
permitido tener casi todo lo que tenía Barcelona; y, si se terciaba, hasta
mejor.
Es célebre
entre los resusenses, el caso de un señor que al tener un hijo jugador
olímpico de hockey sobre
patines, le construyó en el jardín de su casa, una pista de entrenamiento idéntica a
la del Club de Hockey en Barcelona; para
que puediese entrenar en casa, los días que no tenía que hacerlo con su equipo
en la capital de la autonomía.
La verdad es
que, a la mayoría de l@s jugador@s de golf , les molesta mucho perder bolas – más que por lo que
valen (que también) - por lo que significa de fiasco en el partido. Y
también, por la rabia que se suele sentir, cuando no se sabe “a dónde ha
ido a parar”.
Hay un campo en la
Comunidad de Madrid, que tiene un lago con riachuelo incluido, que los
trabajadores, del mismo, suelen comentar con sorna off de record: “¡uff¡ ¡Los
peces están plastificaós! Todos los días, se dan un festín, de varios cientos
de bolas”.
El novat@ después de
mucho caminar y preguntar a amig@s y conocid@s ha llegado a la conclusión, que
todo@s sentimos la misma o parecida rabia por perder la bola en juego. Sin
embargo, se compensa, si se encuentra y se puede reanudar el partido. ¡Bendito
sea el golf y sus bolas extraviadas!
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